La inflamación es considerada como la respuesta defensiva del organismo frente a una agresión focal, originada por diferentes causas como son:
Si la intensidad de la respuesta es adecuada, el daño se controlará, cesará la y se logrará la curación. En cambio, si esta es insuficiente, la enfermedad persistirá convirtiéndose en una inflamación situación crónica, y probablemente no podrá iniciarse la reparación de los daños (García, 2010). Aproximadamente el 50 % de las muertes a nivel mundial, son atribuibles a afecciones relacionadas con la inflamación como es el caso de dolencias cardiovasculares, cáncer, diabetes tipo 2, enfermedad renal crónica, además de las autoinmunes y neurodegenerativas. A lo largo del tiempo, se han identificado una serie de factores atribuibles al desarrollo de estas, donde el patrón alimentario basado en el exceso de consumo de comida ultraprocesada, sal, grasas trans y aditivos, ha sido determinante como su desencadenante. Esto sumado a inadecuados hábitos de vida (Soto et al., 2020)
Una alimentación saludable se asocia
con bajas concentraciones en los marcadores de enfermedad inflamatoria
Existen algunos componentes e ingredientes en la naturaleza que pueden llegar a aumentar o disminuir la inflamación, al afectar de forma directa la glicemia en la sangre, los niveles de antioxidantes y las bacterias que viven en nuestro intestino. A continuación, se presenta una lista de alimentos que han demostrado tener un efecto antiinflamatorio, favoreciendo la salud de las personas que lo consumen de forma regular.
Tip: la recomendación es consumir cinco porciones de frutas y verduras al día, y que la
mitad del plato principal esté cubierto por estas últimas.
Elija carbohidratos de bajo índice glucémico, que es la velocidad con la que el azúcar ingresa a la sangre. Este tipo de alimentos tienden a liberar la glucosa lentamente, proporcionando al cuerpo una energía constante.
Especialmente las almendras (ricas en calcio, vitamina E y fibra) y las nueces, fuentes de ácidos grasos omega-3
Atún, salmón y sardina, altos en antioxidantes y ricos en EPA (ácido eicosapentaenoico) y DHA (ácido docosahexaenoico).
Kéfir y lácteos ricos en probióticos y levaduras digestivas.
Té verde, de cúrcuma y de jengibre.
Fuente: Pinzon-tirado y Soto,2020
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